martes, 30 de septiembre de 2008

bruma

Y se reflejaba la luz, la luz de la ciudad entera y la ciudad en si misma,

se reflejaba en las gotas que lloraba el cielo,

en las gotas que veía a través de la ventanilla del colectivo…

¿La ciudad esta en brumas? ¿o el vidrio esta empañado?

Y se siente, se siente el olor a ciudad, el olor a ciudad húmeda, mojada,

lluviosa en los días de lluvia.

martes, 16 de septiembre de 2008

numb.

A vos te escribo hoy amor,
a vos te escribo, sentimiento, sensación.
Se me hace que te gusta hacer reír, hacer llorar. ¿Estudias teatro?
Podes dibujar sonrisas y pintar felicidad,
y a la vez metes tu puño abierto, helado, atravesando tejidos y músculo,
llegando al corazón, exprimiéndolo hasta sacar lagrimas.
A vos te escribo amor, que no apareces,
Mostráte amor, da la cara que te espero.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Diálogos

-¿Y al final que onda la mina?- inquirió mientras batía el mate lleno de yerba.
-Nada…que se yo, está bien…no sé-murmuró mientras mezclaba las cartas.
-Es linda?
-…No…Bah, qué se yo, masomenos.
-¿Le das? –insistió
-No.
-¿Entonces?
-No entendés nada – respondió mientras repartía.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Diecisiete

invierno
Domingo 9:30 am



La lluvia golpeteaba incansable contra la persiana en aquella mañana nublada de febrero. El ruido monótono e incesante hizo que Martín abandonara a Morfeo y abra los ojos.
Luego de pestañar repetidas veces, se pasó la mano por la cara, hizo sonar los huesos de su espalda y se levantó de la cama. Con pasos lentos, se encaminó hacia la cocina para preparar café. Encendió la radio y mientras ponía a calentar el agua ( la cafetera se había roto y tenía que arreglárselas con filtros de mano ) las doblecuerdas caprichosas de un violín acompañaban los lamentos de un triste bandoneón.
Sentado en la silla mientras se balanceaba, Martín miraba la lluvia caer por la ventana, los vidrios estaban empañados. Se percató de que el agua ya estaba, agarró dos tazas y filtró el café. Tomó de la suya, mientras tanteaba los bolsillos del jean en busca del atado de cigarrillos; no lo encontró. Se dirigió al dormitorio en silencio, y entró.
Ella dormía plácidamente, ajena al resto del mundo. Una sonrisa adornaba su rostro, su cuerpo semidesnudo se traslucía levemente a través de la sábana. Soñaba, sin preocupaciones o amarguras, feliz y completa, con su cabeza apoyada en la almohada, parecía flotar. La lluvia había cesado por completo. Martín regresó al dormitorio y abrió la ventana; el sol había salido y un arcoiris adornaba el firmamento. Encontró los cigarrillos, estaban sobre la pila de libros en un rincón del living.
Aquellos meses con L. le habían cambiado la vida. Se habían mudado a un departamento más grande y el había cambiado de trabajo, pero ya no escribía con tanta frecuencia.
Se sentía completo, realizado y feliz; el invierno y la primavera habían dado lugar al verano, cambiante e inestable, pero no hacía tanto calor en aquellos días.
Un tema de los Redondos sonaba de fondo y mientras Martín miraba el horizonte, L. se acercó por detrás y sus pequeños brazos lo rodearon. El sintió su cabeza apoyada en su espalda y cerró los ojos. Mantuvieron esa posición por unos segundos. Finalmente, el se dio vuelta mientras ella se refregaba los ojos. Usaba una remera vieja de el en forma de improvisado camisón.
Martín la observo sonriendo y le corrió el pelo de la cara.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Cinco

Invierno
Julio. Lunes 11: 57

El sol vacacionaba temporalmente detrás de las nubes en la mañana templada.

Martín consultó su reloj; faltaba media hora y decidió entrar en el café de la esquina.

Al atravesar la puerta, una mezcla entre humo de cigarrillo y muebles viejos penetro en sus pulmones. Extrañamente para esa hora, el bar estaba bastante poblado, desde los arcaicos visitantes que juegan al ajedrez hasta los jóvenes inquietos, que de a poco iban redescubriendo la vida.

Se sentó en una mesa, junto a la ventana; la calle empedrada, gris y melancólica, se manifestaba como un cuadro en movimiento, extendiéndose infinitamente hasta perderse en la línea del horizonte, custodiada por ambas veredas; convergiendo las tres en un solo punto final.

-¿Qué le sirvo maestro?- inquirió el mozo, cuarentón de pelo engominado y marcas de viruela.

.Un café nada mas…negro…ah, ¿me traerías un cenicero?

El mozo asintió en silencio y Martín se dedico a contemplar a la gente sentada en las otras mesas. Cada una de ellas constituía un pequeño mundo, lleno de alegrías y tristezas. Sonaba un tango en la radio y el observaba, pasándose la mano por el pelo enmarañado.

A dos mesas de distancia, se encontraba una joven pareja, de no más de diecinueve, o veinte años de edad. Ella, ojos azules, de mirada inquieta y sonrisa contagiosa, buscaba y encontraba tímidamente los ojos de su acompañante; este a su vez, armaba una flor con las servilletas, mientras fumaba.

Ambos tomaban café.

Primera cita-pensó Martín-les va a ir bien. Mas adelante, se encontraban dos ancianos que tomaban moscato con soda, mientras leían el diario y conversaban sobre alguna histórica formación de Racing por el año cincuenta.

En ese momento, se sintió un observador con cualidades extraordinarias, un Gran Hermano capaz de…

-Aquí tiene el café jefe, y el cenicero, perdón por la demora- dijo el mozo, sacándolo bruscamente de su monólogo interno.

Luego de que el mozo se hubiera retirado, Martín saco el atado de Marlboro y el encendedor recién comprado, prendió un cigarrillo y cerrando los ojos, luego de inhalar una pitada, sorbió el café con placer, volviendo luego su mirada a la calle.

Al cabo de un rato, consultó su reloj y cayo en la cuenta; era tarde. Apagó el segundo cigarrillo y se dispuso a salir, la cuenta estaba paga; se dirigió hacia la salida.

Abrió la puerta y antes de salir, se acordó de algo y volteo su mirada hacia la mesa de aquellos jóvenes. Estaban fundidos en un beso, un primero beso, único e irrepetible, poético y prosaico. Las piernas del muchacho temblaban levemente y una sonrisa se notaba en el rostro de ella. Una se dibujó en el de Martín.

Salió al frió de la mañana; esta seguía nublada. Al doblar la esquina, su corazón empezó a latir con más fuerza, a medida que se acercaba a destino. Finalmente llegó. Con un leve temblor en las piernas, presionó el botón del portero eléctrico.

-Hola, subí- dijo L.

La puerta emitió el zumbido y el la empujó. El viaje en ascensor fue el mas largo de su vida. Al salir, recorrió el pasillo interminable, laberíntico y estrecho hacia la puerta. Una vez allí, Martín respiro hondamente varias veces, cerró los ojos y tocó timbre.